15°. Bitácora de viaje Día 3: Disculpe, hay un gusano en mi ensalada…

Amigos, toda la mañana hubo un sol maravilloso, y aunque ahora amaga a esconderse,  no por eso las aves abandonan sus trinos. Además de los pajaritos ayer mencionados, voy a enumerar otros, que por desconocer su nombre, llamaré de acuerdo a su canto: el chajá, el bichofeo, el uu uu uuú, el tui tui. También vi colibríes (esos sí los conozco). Sorprendentemente, el espejo de agua, además de sus cinco carpas, alberga otros pececitos saltarines. Preciosos y vivarachos.
Siendo que el sol del mediodía me derretía –y reconozcámoslo– ¿cuántas aves puede una avistar sin desbarrancarse en el aburrimiento más absoluto?, me marché a almorzar. Me pedí lomo con ensalada de hojas verdes. El lomo estaba buenísimo. La ensalada tenía un gusano. ¡Sí, señoras y señores! Y para que sepan, no armé escándalo ni nada de eso. Habiendo estado casi 3 días en este lugar, no me sorprendió que los estándares higiénicos fallaran. Así que me fui, calladita la boca, plato en mano, a la cocina. En el spa hay un cierto “comentario murmurado” entre el personal sobre las mujeres solas que vienen a lamerse las heridas aquí, y que tal vez por eso son un tanto quisquillosas: les dicen que son “exigentes” o “que no las conforman con nada”. Pues, amigos, no quería pasar a formar parte de ese grupo de ninguna manera. Así que les devolví la ensalada sin ningún aspaviento (y para el que me conoce por más de 5 minutos, sabe cuán difícil fue eso para mí). Me pedí a cambio de la ensalada viva, un plato de papas fritas. Decisión inteligente: ¡pasan por el fuego!
Amigos, esto se acaba. Y con la panza llena de helado y frutos rojos, me dispongo a tomar un poco más de nube, antes de despedirme de este lindo lugar y regresar a la ciudad. Después de todo, hay que reconocer que la pasé bien, descansé, dormí, nadé, me masajearon con piedras, y comí mejor que la porquería que me venía cocinando hace meses.
En el almuerzo apareció una mujer sola, no la había visto antes, por lo que supuse que recién había llegado al spa. Leía, comía y cada tanto miraba el anular vacío de su mano izquierda. Como añorando algo...
¡Queridos míos, espero que mi soltería vaya llegando a su fin! Aunque, con la cabeza y el cuerpo más relajado, puedo reconocer que la soledad tiene su lado positivo. ¿Será que para estar bien con otro, primero hay que estar bien con uno?


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