10°. ¡Aguante el misionero!

Amigos, el viernes tuve la mala idea de dejarme arrastrar por mi amigo G a un Festival Porno en un foro tipo hangar, en la Costanera. Supongo que de noche la cosa hubiera sido un poco más interesante, jugada, fuerte. Pero a las 5 de la tarde y con un sol que rajaba la tierra, el festival tenía algo entre ridículo y forzado.
Mi curiosidad tal vez fue lo que me impulsó a ir, siempre a la pesca de alguna historia que contar. Pero lo que vi no fue, ni por casualidad, remotamente inspirador. Muy medio pelo y a mitad de camino, en gran parte porque no tenían permiso para ser demasiado explícitos. La muestra consistía en stands con muchos consoladores de todos los tamaños, colores y formas, aberturas corporales ficticias, esposas, bolas chinas y algunos adminículos que no logré descifrar para qué eran y no me atreví a preguntar.
Había exhibiciones de chicas pulposas y algo vestidas que jugaban a histeriquear a hombres que dejaban mucho que desear, sobre todo porque se les notaba que deseaban a otros hombres. Tal vez lo más al borde fue una obesa disfrazada de monja que prometía un strip-tease asistida por un enano.
También presencié un par de certámenes que premiaban, por ejemplo, a las que tenían la garganta más profunda, chicas que fueron aplaudidas por un público 99% masculino. No vi ni a la Cicciolina ni a la acróbata vaginal, lo cual me tuvo sin cuidado. Pero mi amigo no opinó lo mismo, él se quería sacar sí o sí una foto con la porno-star italiana.
Entré, siempre escoltada por mi amigo G, a una sala donde proyectaban cine porno clásico, pero como estaba doblado al español, una terminaba oyendo frases como “fóllame, fóllame con tu peñasco” y cosas por el estilo. Digo porno clásico (que me gusta) porque también tuve el infortunio de ver “lo nuevo del porno”: unas tomas que más parecían colonoscopías que otra cosa. Digamos que el apetito sexual se me fue por un tiempo.
Así que mientras deambulada por la expo, entre aburrida y un poco harta de tanto cuerpo y agujero, me asaltó un pensamiento: ¡qué mal lugar para conocer a un tipo! A no ser que fuera un reportero o un camarógrafo... Aunque pensándolo bien, ¡ni así! A una siempre le quedaría la duda: ¿no será un sexópata como mi amigo G?
Cuando nos estábamos yendo, vi algo que todavía daña mis retinas: una mujer de unos 45 años, con el pelo quemado y teñido de negro azabache y con un enterito de encaje negro, que se hacía la dominatrix. No solo no parecía una sado castigando a su maso, sino que era la viva encarnación de la empleada municipal, y para colmo, bizca. Nos miraba, interpelándonos con el ojo bueno, al público, quiero decir, incitándonos a que le pidiéramos que fuera más “mala” con su víctima: un gordo vestido con portaligas de látex y peluca negra, con bozal y cadenas, atados sus pies y manos en la espalda como cerdito al horno, todo traspirado. La mujer le daba palmaditas leves e inofensivas con un látigo, y luego, para estupor de los presentes, se lo llevó a pasear por la expo. Lo arrastraba en su carrito…
Fue demasiado para mí.
Salí al calor bochornoso, y mientras caminaba hacia mi casa, me pregunté si eran necesarios tantos juguetes, tanta estimulación visual, tanta cosa, ataduras, golpes, posiciones imposibles de cuerpos imposibles. Y llegué a la conclusión de que estaba errando en hacerme esa pregunta. Necesario no es nada. Solo lo que a cada uno le gusta... Y mientras sea con consenso y con sentido, ¡a disfrutar que se acaba el mundo!

Entradas populares