6°. Haciendo avioncito al grito de "uuuuhh"

Para los que no pudieron conciliar el sueño, intrigados por el devenir de mi vida de soltera, les paso a relatar los tristes eventos del sábado pasado.
(Tristes no solo por el caballero, sino por mí, que ya me tengo que dejar de joder, hacerle caso a mi psicóloga y arreglarme los radares. Sí, radares, amigos).
Luego del rotundo éxito que me depararon las orejas de Conejita de Playboy en la fiesta de disfraces, el caballero en cuestión, que a partir de aquí llamaré Fer el parapentista, me llamó el martes siguiente para ir al cine. Terminamos jugando al bowling y cenando de manera natural y cómoda. Cuando lo despedí a las 4 de la mañana, me dijo: “El fin de semana me voy a Balcarce a una competencia de paramente”. Mi respuesta fue: suerte.
Hasta acá todo normal. Digo, tenía ciertos rasgos que no lo ponían como el primer candidato en mi lista, o la de ninguna, para algo serio, pero la intimidad no había sido tan mala y habíamos hablado bastante y con coherencia tanto de cosas serias como intrascendentes.
Al cabo de tres semanas, Fer el parapentista no había vuelto a llamar. Digamos que a esta altura de mi vida no iba a llamarlo yo. La única excusa que lo hubiera salvado de mi ira era: “Disculpame, no te pude llamar porque me hice mierda contra una pared por segunda vez en mi vida, al descender con el paramente”.
Pero no fue así. El sábado me lo encontré en la milonga al aire libre “La calesita”, sano y salvo, y bailando como enloquecido. Yo, como se imaginarán, tenía el speech armado, lo iba a mandar directamente a la... Pero no pude. Lo vi y me dije: ¡En qué estabas pensando, nenaaa! ¡La culpa no la tiene el chancho! ¡Otro más para la colección!
No voy a entrar en detalles, pero antes que él, tuve un breve affair con un guitarrista clásico sueco, affair que terminó la aciaga noche en que se me ocurrió bromearlo con eso de que Bach tocaba la música de Dios y Haendel de Reyes. Se le voló la tapa de los sesos y casi me troncha con un tramontina, para mi total desconcierto.
Pero volviendo al parapentista, cuando se me acercó muy sueltito de cuerpo para saludarme, le dije hola de la manera más glacial posible, y nada más. Se quedó con la boca abierta como pescadito fuera del agua. Tardó en reaccionar y se alejó rengueando hacia otra mesa. La renguera es secuela de un accidente en parapente que lo estrelló contra un muro.
Ante la sorpresa, tanto mía como de mis amigos, se atrevió a sacarme a bailar un par de veces. Juro que en mi interior quería decirle que no, y de paso por qué no te vas un poco a la... pero fue imposible. Después de todo, intuí que este tipo ni se iba a dar por enterado. Cualquier reclamo iba a caer en el vacío. Entre tango y tango, Fer intentó hablarme de cosas intrascendentes, a lo que yo respondí con monosílabos. El tipo optó por ignorar el hecho de que no me había llamado y comprendí que no tenía sentido decirle nada. ¿Para qué, después de todo, desperdiciar pólvora en chimangos?
Antes del último tango, igual, lo miré seria, le clavé mis ojitos con todo el filo que pude encontrar en mi interior. El muchacho, por unos segundos, volvió a abrir la boca como pescadito, pero terminó por sonreír en silencio. ¿Recuerdan el dicho: “A buen entendedor, pocas palabras”?
“La” palabra que le dije fue: ¿Qué? Volvió a sonreír casi sin poder mantener la mirada. ¿Qué?, le volví a tirar. Me dijo creyéndose poeta: “Te estoy mirando profundamente”. ¿Ah, sí? ¿Y qué ves? “Unos ojazos bla bla...”. No me digas. Fin de la tanda, del tango y de todo.
De vuelta a mi mesa, seguí bailando hasta las 4 de la mañana todos los ritmos. Pero en mi cabeza seguía la misma cantinela: ¡¿En qué estabas pensando?!
Me fui de la milonga con cierta entereza y algo de dignidad. Estaba feliz porque no lo había encarado, cosa que hubiera sido una pérdida de energía y sentido común, puesto que el muchacho ni era histérico (como opinaban varios) ni se hacía el no sé qué. Simplemente era un tarado marca cañón, y a pedal.
Me dormí con el orgullo algo dañado, reprochándome para mis adentros: te volvió a fallar el radar. Pero solo para despertarme con una noticia, digamos, terrible.
Mi hermana Sonia y mi amigo Diego no quisieron decírmelo el sábado a la noche, por miedo a mi reacción. Pero por la mañana Sonia me llamó y me contó que lo vieron correr alrededor de la calesita, es decir por la tierra que rodea la pista de baile de La calesita, que es circular como ustedes ya se imaginaron. Corría con los brazos abiertos en cruz, como si fuera un nene de 5 años, haciendo el avioncito al grito de Uuuh... Uuuh.
¡AAAHHH! ¡Por Dios! Conmigo se había comportado como un hombre básicamente normal. Sí, tal vez histérico, tarado, adrenalínico, lo que quieran, ¡pero normal! ¿Quién, en su sano juicio, se pone a correr por la calesita creyéndose parapente humano y gritando uuuh?
¿Quién? 
¿Y quién accede a salir con semejante espécimen?
¡YO!

Amigos, prometo firmemente:
1. Aflojar con las bebidas espirituosas.
2. Ir a que me revisen la mollera, porque me dejó de funcionar el radar que detecta locos, dementes y bichos semejantes.
3. Seguir los consejos de mi astrólogo (sic) “e ir en contra de cualquier impulso que me aparezca”. De ahora en más voy a hacer lo opuesto que me mande mi cabeza.

Saludos, Paula “Radiador” Bianco.


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