3°. Yo culpo al vodka-martini

Yo culpo al vodka-martini. Aunque meditándolo con honestidad, creo que la culpa es porque entreno diariamente para ser así de... de.
La escena en cuestión sucedió el día del cumpleaños de mi hermana Sonia.
(A estas alturas, solo pido que acabe de una vez por todas la temporada de cumpleaños de mi familia, que dura todo el mes de febrero y los primeros días de marzo. El acoso del payaso Puchito en el cumple de mi sobrino no fue un hecho aislado. Hubo otros. Como cuando fuimos a un restaurante a festejar el cumple de mi madre y un mago me tiró onda tratando de llamar mi atención bailando break-dance con un pato. Pero esa es otra historia).
El sábado a la noche, Migral de por medio, me puse escote, lentejuelas, tacos de 10 centímetros y me fui a bailar tango a una milonga al aire libre, para celebrar con Sonia y amigos su onomástico.
La carnada surtió efecto (que conste que el escote ni figuró en el asunto, porque con esto del calentamiento global, había 10 grados de temperatura en enero, y yo me enfundé en un cangurito para nada sexy). Un caballero me sacó a bailar tango, milonga, folclore. Casi casi todos los ritmos. Para los que ignoran el código, digamos que eso significa que el tipo me estaba poniendo fichas. Yo andaba feliz y ruidosa como una castañuela nueva gracias al vodka-martini que mi amigo Diego había traído. Vodka-Martini “shaken” a lo Bond, James Bond. No fue el vino que tomé previamente con la cena, sino el fondo blanco del trago largo lo que me quitó el frío y la timidez. Pero claro está, a un costo: el cerebro.
El muchacho en cuestión, ya haciendo casi alarde de su galantería y valor, tomó una silla y se sentó a mi lado sin importarle no conocer a nadie en la mesa ni que sus propios amigos se estuvieran yendo.
“Bla bla bla...” le advertí al incauto que gracias al vodka-martini yo estaba más bestia que nunca. Desoyendo las advertencias de mis amigos, digamos que le di para que tenga. Chiste va, burla viene, risas y más risas, etcétera, él, muy galante, me dijo que eso me hacía más interesante...
La noche siguió su curso y finalmente llegó la hora de irnos. El caballero se ofreció a llevarme a donde yo quisiera. Le dije que a mi casa.
Ya en el auto, seguimos hablando y riendo. En pocas palabras, el tipo este había captado mi atención. 38 años, soltero, divertido. Un poco adrenalínico para mi gusto, pero después de todo nadie es perfecto.
Llegamos a la puerta de mi edificio y el muchacho no atinó a nada. No esperaba un beso, pero sí que me pidiera el teléfono. Después de tal despliegue, lo mínimo que una puede esperar es que él te pida el teléfono. Pero como él no decía ni mu, me bajé dignamente del auto.
Y acá fue cuando todo se fue a la mierda.
Amigos, soy una tarada. Aunque si no hubiera estado bajo los efectos del vodka-martini, tal vez no hubiera abierto mi bocota, y hubiera entrado cual reina a mi edificio.
La cosa es que me dio bronca, u orgullo, o habrá sido por mi deformación profesional: algo le faltó a la escena. Fernando (miento el nombre) me saca a bailar tres veces, se sienta a mi mesa, se ríe con mis chistes malos, se ofrece a  llevarme a mi casa ¿y después me deja ir así como así?
Me acerqué al auto y le dije:
—Llamame.
—No tengo tu teléfono.
—Pedímelo.
—¿Cuál es?
—1554423537.
Fernando lo guarda en su celular.
Justo ahí el efecto del vodka comenzó a desaparecer y me di cuenta de todo. Pero era demasiado tarde. (¿Vieron cuando no pueden callarse?).
—No me ibas a pedir el teléfono.
—Te iba a encontrar en la milonga.
—Mmm... Entonces no me llames.
—Ya tengo tu teléfono.
—Mmm...
—Me estaba por ir de viaje...
—No me llames.
Le sonreí como pude y me fui. Entré a mi departamento y juré que nunca más iba a abrir mi bocota, o a tomar vodka-martini.

El martes es el cumple de mi otra hermana y tengo miedo. ¿Qué me depararán estos 36?

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