5°. Confesiones de una ex conejita de Playboy

Amigos, el sábado fui a una fiesta de disfraces en una milonga. Íbamos Soledad –disfrazada de Dartagnana–, Sonia –de brujita– y yo –de Coneja de Playboy–. Ya desde la entrada notamos que éramos las únicas disfrazadas y nos agarró un ataque digno de Bridget Jones. Nos empezamos a quitar todo. Yo no mucho, porque mi disfraz era bastante minimalista como se imaginarán.
Mandamos a dos amigos no disfrazados a otear el horizonte y nos avisaron que había unos cuantos más haciendo el ridículo. Suspiramos aliviadas y encaramos la entrada con una determinación digna de tres súper heroínas.
Más allá de la joda que en sí misma supone una fiesta de disfraces, digamos que la noche fue un rotundo éxito para mí, ya que me permitió corroborar con un simple experimento sociológico que aquel viejo dicho es absolutamente cierto. El dicho ese que dice “un par de orejitas de coneja tira más que unos cuantos histéricos”.
¿Recuerdan al muchacho Fernando que apuré en el auto ofreciéndole mi teléfono el sábado anterior y que optó por “reencontrarme” en la milonga?
Me vio llegar con mi disfraz de Conejita y no se me despegó en toda la noche. Me sacó a bailar mil veces, se quedó a mi lado hasta el final de la milonga y luego me llevó a mi casa. Cuando estacionó el auto frente a mi edificio, yo, recordando mi extrema torpeza del sábado anterior, me prohibí abrir la boca. (Para estas alturas, yo ya era Paula Bianco otra vez, y no la Conejita). Es más, se lo dije bien clarito: “¡No pienso abrir la boca!”. ¡JA!
El tipo se rió. Me hice la muda durante unos segundos, hasta que me preguntó si no lo invitaba a mi casa a tomar algo.
Ahí termina, amigos, mi experimento sociológico. Lo demás, invéntenlo como les plazca: decliné su autoinvitación diciendo: no gracias otra vez será; acepté y le hice un café; le dije mejor llamame; no tengo nada para ofrecerte de tomar y mi casa es un desorden; me tengo que levantar temprano…

Saben algo, ahora que lo escribo, lo cual permite una cierta mirada objetiva del hecho, veo que después de todo ¡el tipo hizo lo que dijo que haría! Al final, sí me reencontró en la milonga. Mmm... Entonces: ¿me tiró los perros por mí o por las orejas de Conejita?


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