19°. El ruso de las mariposas

La milonga es un lugar curioso. Se conoce gente de miles de lugares diferentes, con profesiones rarísimas. Por ejemplo a un ruso que vive en Miami y dirige un museo de mariposas, el museo más grande del mundo. I’m a leptidopterous, o algo así me dijo entre tango y tango. Tenía unos ojazos turquesa bellísimos y un aire a Barishnikov que te cortaba el aliento, eso sí, como bailarín de tango, era un gran leptidopterous, porque bailaba corriendo como loco por la pista, girando sin eje ni ritmo. Se sentó a mi mesa, hablamos, nos reímos, en resumidas cuentas, me pareció simpático y lindo, y antes de irme, me pidió el teléfono. Llamó al otro día para ir a tomar un café. Iba a estar pocos días en Buenos Aires, antes de partir para Iguazú. Había venido a Argentina para buscar especímenes de mariposas. Luego me enteré qué significaba eso: las clavaba a una pared en su museo…
Pero, para el momento en que me invitó a salir, no lo sabía, así que accedí. Tomamos café y luego caminamos mucho. Llegamos al lago golf, nos sentamos, admiramos los patos, los gansos salvajes, los árboles, y me habló en ruso. Parecía un buen tipo, sensible, con sentido común. Me preguntó con mucho interés por mi vida, qué hacía, cómo era mi familia. Quedamos para vernos al otro día. Cuando nos encontramos, me dijo que quería hacer lo mismo que el día anterior: café en el mismo lugar y, luego, caminar hasta el lago. Sus palabras: “La pasé tan bien ayer, que quiero hacer todo igual, como una especie de conjuro”, aunque raras, fueron una especie de halago. Seguimos hablando de nuestras vidas. Él sobre su infancia en Rusia, de cómo descubrió su amor por las mariposas, de que tenía tres hijas, etcétera. Al caer la tarde, nos fuimos a bailar tango a la Glorieta de las Barrancas de Belgrano. Y nos despedimos. Al otro día nos encontramos nuevamente en otra milonga. Me encantaban sus ojos, me miraba como si me quisiera hipnotizar, me decía piropos, pero sin plantarme un solo beso. Bailamos toda la noche y digamos que yo ya me estaba impacientando. Tres días de miradas penetrantes, charlas sensibles, abrazos y halagos, pero no avanzaba ni un dedo. Hasta que me harté, lo miré fijo, mientras esperábamos el próximo tango. ¿Qué hacés?, le dije en inglés. Algo así como ¿por qué no me besás? Pero no para que lo hiciera, sino porque no entendía la demora. Y él, sin palabras, volvió a mirarme.
¿Qué? No entiendo…
Y me sonrió, con esos ojos de tristeza eslava, a lo Barishnikov. Me paralicé.
¿Estás… de novio?
Negó.
¿Casado?
Asintió.
¿Qué? Pero…
Comenzó a sonar el nuevo tango, él amagó para abrazarme, pero lo frené y me fui de la pista. Me siguió y lo encaré.
 ¿Cómo no me vas a decir que estás casado? ¿Qué esperabas? Hace tres días que nos vemos, que nos dijimos de todo, y a vos justo se te olvida mencionar el detallito…
Él me miró y con una mueca me dijo: “Es que vos no me preguntaste y el tema no salió”.
¡¿El “tema” no salió?!
A estas alturas, me había olvidado de la gente de la milonga. No me importaba. Me sentía tan estafada que un poco de más humillación…
¿No salió? ¿Cómo no salió? Te conté que estaba soltera. Vos me contaste de tus hijas. Si no mencionaste que estabas casado, di por sentado que era porque estabas, no sé, separado.
Negó. Y siguió opinando que él no había estado equivocado. Me dijo que su esposa era como una amiga ya, se había casado hacía mucho con la hermana de su mejor amigo. Que seguía con ella por sus hijas.
Nada mejoraba la situación. La empeoraba.
Además, me dijo que él no había hecho nada. No me había “avanzado”.
¿Pero… qué estuviste haciendo todos estos días? You led me on, me acuerdo que le dije. You led me on. (Me hiciste creer…)
Sí, alguien puede objetar: ¿por qué no preguntás si está en pareja, casado, de novio? Pero es algo que no hago. Y eso que me considero una mujer bastante racional, analítica y desconfiada, pero a la hora de las citas, doy por sentado que si un tipo te invita a salir, te tira los perros, es porque está disponible. Sé que a mi edad esto es una ingenuidad rayando en la pavada, pero yo soy así. Me manejo así en mi vida. Una amiga siempre me dice que soy demasiado legalista. Sí. Lo soy. Me gusta hacer lo correcto. Y espero lo mismo del otro lado… Y por eso me doy la cabeza cada dos por tres. En este caso, Misha el ruso de las mariposas.
Pero, como dice el dicho, de todo se aprende. Y de ahora en más, cada vez que me inviten, voy a preguntar. El tema es cuándo. ¿Cuál es el timing para esto? ¿Hay un protocolo? Aunque, claro, nada te asegura que la respuesta sea la verdad.
¿Está muy difícil confiar, o es una impresión solo mía?
¿No debería ser todo más hablado, más compartido, directo? Algo así como: “Mirá, me gustás mucho, pero estoy en  pareja. Si querés, me encantaría salir con vos y pasarla bien juntos, aunque no te puedo prometer nada, porque ni estoy  libre ni pienso estarlo”.
Mmmm. ¿Qué les parece?


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