58°. Mi primera vez
No la primera-primera, de esa mejor ni
acordarme, aunque esta también es para el olvido. Me refiero a mi primera vez
intentando tener sexo virtual. Y digo intentando porque... Bueno, arranquemos
por el principio mejor. Él estaba en su oficina, yo en mi casa, y ninguno de
los dos pudiendo laburar. Era la hora de la siesta. La hora ociosa y caliente
de la siesta. Con él había intimado ya un par de veces, en la piel. Aburridos,
nos empezamos a mandar fotos, a excitar con mensajes. Tanto así, que me propuso
tener un encuentro virtual-sexual. Yo nunca había tenido uno, y se lo dije.
Mirá que nunca... no sé si voy a poder, soy media tímida, ¿a través de una
pantalla? Además, él después de todo estaba en el trabajo ¿Cómo iba a hacer
para... resolver su clímax? ¿En el escritorio? Pero insistió argumentando que
como el piso de arriba de su oficina estaba vacío y en remodelación, él podía
disponer libremente del baño que había allí. No solo eso, sino que como era
casi la hora de irse, no quedaba casi nadie en el edificio. Claramente no fue
mi mejor hora cuando accedí. ¿Acaso puedo defenderme diciendo que soy curiosa,
que me gusta probar cosas nuevas, que estaba caliente como agua
pa´chocolate?
Este hombre tomó una carpeta para disimular la incipiente carpa de su
entrepierna, subió por ascensor al piso desocupado, entró al baño, se metió en
un cubículo y desde allí me conectó vía Skype por su celular. Yo estaba con
lencería negra de encaje, sentadita detrás de mi laptop, esperando
instrucciones. Le repetí: mirá que soy nueva-virgen en esto.
No te preocupes, me dijo, yo te cuido.
Qué hago entonces.
Mostrame.
Empecé a contornearme torpemente delante de la cámara, sintiéndome ridícula
mientras mi mente se debocaba, para variar. ¿Estaré en foco? ¿Se me verá la
celulitis? ¿Y la luz? Si la iluminación es buena entonces no es porno, es
art... Escuché unos jadeos breves y ¡pum! Dos minutos. Dos minutos por reloj
duró el tipo. Y entonces va y me dice: esperá que me limpio. Y me corta.
Yo me quedé mirando la pantalla, pasmada, caliente pero ya no por lo excitada,
como se imaginarán... Cuando reapareció estaba de nuevo sentado en su
escritorio con la demente pretensión de que yo siguiera sola... Le dije: ¿cómo
sola? ¿Pero vos me estás cargando? ¿No era que me ibas a cuidar, que podías
quedarte en el baño de arriba, que estabas solo y tenías el tiempo del mundo
para “jugar”?
Justo ahí apareció un colega con quien este tipo se puso a hablar de laburo,
rápido yo me cubrí como pude, a las puteadas. Reapareció en seguida pidiéndome
perdón y asegurándome que él me iba a “calentar” para que yo acabara. Que no
podía desaparecer taaanto de su escritorio. No terminó de decir esto que
atendió un llamado...
Corté Skype. Furia es poco. A este caballero le importaba un comino si yo la
pasaba bien, él quería tener sus dos minutos de gloria como fuera. Egoísmo en
estado puro. Me sentí expuesta, media humillada, patética. Y me prometí que no
solo no iba a tener nada más con este tipo, sino no que nunca más iba a tener
sexo on-line con nadie.
Así fue mi primera vez, aunque técnicamente todo quedó en un intento, al menos
de mi parte. ¿Y por qué me acuerdo de este amague para el olvido? Porque hace
poco, y dejando de lado mi promesa, tuve unos encuentros hot vía Skype que me
amigaron para siempre con esto de la sexualidad virtual.
Existe bastante controversia sobre si el sexo virtual es sexo real, si cuenta
como tal. ¿Pero qué es el sexo? Si por sexo se entiende solamente “coito”, se
nos están quedando afuera muchísimas experiencias eróticas/sexuales fabulosas y
bien contundentes.
Para los humanos - y un par de especies más – el sexo no es solo con fines
reproductivos, sino también por placer. Y la sexualidad es tan amplia y variada
como personas existen. Que las nuevas tecnologías estén abriendo el juego a
nuevas formas de encuentro no es más que eso, juego...
Una posibilidad de pensarlo podría ser esta: si el sexo real - con todas sus
posibilidades - provoca respuestas emocionales, físicas y psicológicas,
entonces, el sexo virtual también debe contar como “real”, porque genera las
mismas reacciones.
Pero claro, acá entramos en un terreno peligroso. Porque si el sexo virtual
cuenta como sexo, entonces, ¿también cuenta como cuernos? ¿Sí o no? Creo que
ahí cada persona necesita clarificar para sí misma qué es el sexo y que es la
fidelidad, y compartirlo con su pareja. Llegar a un consenso y luego
respetarlo.
Pero volviendo a lo virtual: alguno me puede objetar que como no hay contacto
con el otro, no es sexo. Que es meramente un acto de autosatisfacción motivado
por la fantasía que nos despierta un otro ausente físicamente. Sin embargo, el
placer que experimentamos es tan real que llegamos al orgasmo. Y también cabe
mencionar que como juego de alcoba está el masturbarse uno en frente del
otro... ¿No es mejor pensar el cyber-sexo como una posibilidad más en el amplio
abanico de las experiencias sexuales? Y en cuanto a la falta de interacción...
se están desarrollando unos aparatitos llamados teledildoncis, que son unos
juguetitos a control remoto, siendo que el control lo tiene el otro, del otro
lado de la pantalla.
El sexo virtual puede acercar a una pareja que está lejos por x motivo, puede
ser un juego excitante para romper la rutina de la cama, puede ser un acto
atrevido con un extraño, un condimento más en el repertorio, puede ser lo que
uno quiera que sea. Más que quedarse varados en si es real o no, mejor
focalizar en disfrutarlo. Hacer que la pantalla deje de ser una barrera, para
que pase a ser una puerta al erotismo. Claro que es necesario encontrar uno que
sepa abrir la puerta para ir a jugar.