9°. ¡Tenía 22!
Hacía un par de
semanas que yo ya había decretado el fin de mi estado voluntario de barbecho.
(Un estado parecido al celibato pero con otro fin: reencontrar, reparar y
renutrir mi “yo”… ¡faaa!).
Como les decía,
había dado fin a mi estado de soltería reflexiva, pero digamos que La Vida no
se había dado por enterada. Imagínense las ganas profundas e irreprimibles que
tenía de salir a revolear la chancleta de taco aguja...
Unas amigas me
arrastraron a un after-office en un
magnífico palacete parisino lleno de empleados del microcentro porteño. Demás
está decir que me sentía sapo de otro pozo. Pero con todo, la noche prometía
diversión. El alcohol corrió por las gargantas de todos los asistentes y todos
se relajaron: los unos se aflojaron las corbatas y las otras se escotaron el
escote.
Mis amigas y yo
empezamos a bailar y los encuentros cercanos con cualquier tipo se hicieron
presentes. Una cosa llevó a la otra (observen la vaguedad de mi descripción) ¡y
terminé rechazando a un “bradpitt” de 22 años! ¡22 años! ¡Por Dios! Abdominales
como tabla para lavar ropa, el cabello rubio por la parafina de su tabla de windsurf, deporte del que era campeón
nacional. Su nombre: Tigris (no es joda, le exigí documentos) Era, sin más, la
personificación de todos los chicos que en mi adolescencia jamás me habían dado
bola.
El tipo me tira
onda y yo le contesto: Si tuviera 20, estarías bárbaro. Pero tengo 36, así que
te dejo pasar. Él tarda en comprender que yo, “una de 36” , le esté diciendo que no a
él, pero enseguida me responde: “¿Cómo vos te das el lujo de perder una
oportunidad como yo?”. Dice esto apoyando, sorprendido, su mano en mi propia
tabla de lavar ropa que son mis abdominales... (que no son producto del windsurf, sino de la rehabilitación de
una hernia de disco. Qué le vamos a hacer, en algún lado están los 36).
¿Qué le iba a
contestar a Tigris?... Nada.
Para todos mis
amigos que en este momento estarán gritándole a las letras: ¡pero Bianco, la
put… quelopar… dejate de joder, era un service!, les cuento que me fui con uno
de 34.
Besos, Paula.