23°. Pepe Le Pew
En estas fiestas el
único mensaje de parte de un hombre que no fuera un amigo fue el de un francés
llamado Denis. Apenas recibí el mensaje no caí en la cuenta de que se trataba
de él. Es que, básicamente, no podía ser de él. ¿Cuántas neuronas le faltan
como para poder hacer dos más dos? Y eso que el caballero en cuestión trabaja
despachando toneladas de granos desde una ciudad francesa cuyo nombre olvidé. Solo
recuerdo que es donde nació Camille Claudel y donde también hay una central
atómica a lo Springfield de Los Simpson. ¿Y cómo lo sé? Porque lo googleé.
Quise ver cómo sería vivir allí. Al francés lo conocí a través de mi cuñado, me
había pedido que acompañara a un cliente, su amigo y el primo a una milonga. Me
fui vestida a prueba de fracasos y dio sus resultados. Al otro día, mi cuñado
me preguntaba si le podía dar mi teléfono a Denis. El francés era atractivo a
lo Depardieu, medio bestia y grandote, pero con un je ne se quoi... El famoso feo-sexy. Así que le dije que sí, no sin
algunas reticencias. En el pasado salí con bastantes extranjeros, y digamos que
ya comprobé que la distancia es un problema… Pero después de todo, escribo un
blog llamado solteraserial, así que me jugué. Quién sabe, me dije, a lo mejor
me podría pasar como a una amiga que se enamoró de un suizo y ahora viven cerca
de Ginebra y son felices comiendo perdices.
Algo debería haber
intuido cuando me empezó a mandar mensajes al celular desde muy temprano. Pero
tal vez las ganas de que te pase algo interesante esté proporcionalmente
relacionada con cómo te funcionan los radares, y lo que en otro momento me
tendría que haber sonado como una alarma antibomba, lo tomé como un gesto
encantador.
La cosa es que
salimos un lunes a tomar un café que terminó en cena en El preferido. Hablamos
en inglés y la pasé bien, aunque algo de la atracción que había sentido en la
milonga ya no estaba. Se iba el sábado y quedamos en vernos a tomar algo otra
vez. Para cuando llegué a mi casa fue que busqué la ubicación de la ciudad.
Algo que da la edad es que uno ya no gasta energía en fantasear posibilidades
improbables. Así que me fui a dormir con la satisfacción de seguir abierta a
conocer candidatos, pero aprendiendo a discernir la paja del trigo.
Para las ocho de la
mañana tenía dos mensajes, que al correr de la mañana se hicieron cinco. Se iba
a Uruguay con su primo, que a todo esto vale aclarar que no hablaba una palabra
de otro idioma que no fuera el propio, manejaba una granja y era la primera vez
que salía de su país. Cuando volviera de Uruguay quería verme. Le dije que sí,
y continué trabajando sin darle más vueltas al asunto. O al menos traté, me
siguió mandando más y más mensajes: se atrasó el vuelo por un paro, se levantó
el paro, etcétera. El viernes por la tarde ya había regresado y me invitó a
salir por la noche. Yo le metí cualquier excusa, que estaba cansada, que
llovía, pero fue tan insistente que no me pude negar. Ya lo he dicho y lo
repito: tengo el “no” difícil.
Garuaba y hacía
frío. Estaba cenando con su primo en un local en la esquina de Honduras y
Serrano. Desde el exterior miré hacia dentro y lo vi. Estaba rojo, arrebatado,
y con los ojos medio raros. En cuanto me vio, sonrió y pude ver que tenía algo
en un diente. Al entrar, me di cuenta de que era perejil. Y por la manera de
actuar y hablar, intuí que había tomado mucho. El primo, medio con señas, me
dijo que se habían tomado cuatro botellas de vino. Denis lo corrigió: habían
sido solo tres y media… Ahora cenaban con dos botellas de cerveza. Me quedé
dura. Hice el chiste de que estaba borracho y fingió un ofendido. Todo el
encanto se había esfumado de un plumazo. Del je ne se quoi a lo que tenía sentado enfrente, un océano de
distancia. Por eso siempre hay que darse tiempo a conocer al otro, a que
desenvuelva sus encantos y sus espantos. Y esto vale para mí también, todos
tenemos estas luces y sombras que mejor ver antes de jurarse amor eterno.
Denis me ofreció
cerveza y acepté. Pero cada dos por tres me ofrecía un fernet. Parecía la comedia
de los locos: Gracias, pero estoy tomando cerveza. “¿Pero no querés un fernet?”.
No, estoy tomando cerveza. “¿Pero no querés un fernet? Mirá que en Buenos Aires
hacen el mejor fernet”. Mi respuesta: Hay fernet y cocacola en Francia, no
puede ser tan diferente. “¿Pero no querés un fernet?...”. El primo miraba sin
entender nada, hasta que de repente, se puso a mostrarme las fotos que había
sacado en Uruguay. Claro que con señas porque, como dije, el tipo no hablaba
una palabra de nada. Unas fotos geniales de tractores y camiones. A mí las
máquinas me encantan. De repente, esta especie de granjero mudo y con pinta de
puritano me parecía Dios al lado de Denis el bretón víctima del pecado de la
intemperancia. La cosa no daba para más, yo miraba mi reloj pensando cuánto
tiempo tiene que transcurrir para que una se pueda ir sin quedar como que huye.
Entonces, Obelix empezó a insistir con que quería ir a una peña que quedaba
cerca, a la que había ido el año pasado cuando estuvo en Buenos Aires. El primo
se mandó a mudar en un taxi. Yo me quería ir y se lo dije, pero Denis insistió,
no sé, pensé en mi cuñado, su cliente, ya no garuaba, y terminé aceptando. Nos
tomamos un taxi y fuimos a la dirección que él tenía impresa en una hoja.
Uriarte 2632. Cuando el taxi paró, había una obra en construcción. El francés
no entendía qué pasaba, desde la bruma alcohólica en la que se encontraba. Nos
bajamos del taxi y fuimos hasta la obra. El tipo decía: “No, acá hay una
puerta. Una puerta de madera”. Lo decía en inglés y en presente a lo mantra: it´s a door, it´s a door. Yo le dije: Ok,
pero ahora es una obra en construcción, si hubo una peña, no está más o se
mudó. Nos vamos. Pero Pepe Le Pew seguía diciendo it´s a door. Empezó a caminar buscando la puerta. Se quería meter dentro
de un hotel, un restaurante peruano, un quiosco, a preguntar por su bendita
puerta. Había vuelto a garuar, la cosa era insostenible. Yo sé pocas palabras
en francés, pero las usé bien. Le grité: Arrete!
Silence! Depardieu se paralizó, enorme, mirándome desde arriba como quien
va a aplastar a una hormiga. Enough with
the door! le dije. De pronto se le fue la especie de sonrisa que gobernaba
su rostro. No entendía por qué me había puesto tan seria de golpe, todo porque
él tenía mal la dirección… Seguía insistiendo con la pu… peña. ¿No entendés que
no existe más tu peña? No es que no tengas bien la dirección, es que no existe
más. Y no me enojo, solo que no me parece normal que un tipo de tu edad
responda así ante la realidad. La realidad es que no existe más la puerta.
Pero no la quería
entender. O estaba tan borracho… Le exigí que me dijera cuándo había visitado
la peña. Diciembre, me dijo. Casi un año antes. Mirá, en Palermo los locales
abren y cierran porque sí, no duran mucho, así que no existe más. Me respondió:
“Ok, ok, ¿vamos a otro lado?”. Yo me lo quedé mirando… ¿Qué? Yo me voy a mi
casa. Paré un taxi y subí, y él se subió atrás. Me iba a acompañar a mi casa.
Pero no me miraba a mí, miraba el papel impreso y por la ventanilla, repitiendo
the door, the door… Ya la situación
más que furia asesina me empezó a dar lástima. Para adentro me decía: si
escribo esto ni en pedo me lo creen. La cosa es que en un rapto de bondad
pelotuda le pregunté al chofer si conocía esa peña, me dijo que no, pero por la
radio le preguntó a la chica de la central de taxis. La voz de la operadora
confirmó que la dirección era correcta. Ergo: no existía más. Se lo hice saber
a Denis, él solo asintió y miró el papel aun confundido. De camino a mi casa,
me hizo el juego del silencio, pero a mi edad, esas cosas ya no me las banco.
Le pregunté cuándo se iba, etcétera, etcétera. Respondió con monosílabos. Me di
por vencida y miré llover por mi ventanilla. Casi en la puerta de mi edificio,
y antes de bajarme, le dije tratando de dejar las cosas en paz: Je suis désolé. I´m tired, you are tired…
Él me miró extrañadísimo, casi como si yo fuera de Marte, y me dijo: “Do you think I did something wrong?”.
Les juro que no lo podía creer. Me bajé del auto deseándole un feliz viaje de
regreso. Al otro día me agradeció por mensaje de texto una recomendación de CD´s
de tango que le había hecho. Nuevamente: feliz viaje. Y ahora, hace unos días,
me manda un mensaje preguntándome cómo había pasado las fiestas… No asocié que
se trataba de él. Le dije: ¿Qué Denis? No te conozco. Hasta que caí. Me
responde: “¿Cómo estás?”.
Le respondí con el silence…
En fin, ¿qué
conclusión se puede sacar de todo esto? Que espero que el nuevo año me traiga
mejores materiales para escribir mejores historias. ¡Y por mejores quiero decir
mejores!