21°. Amor a la mexicana o Lo que no fue
Ordenando CD´s (sí,
todavía tengo y todavía compro) encontré el que él me había dedicado. “Esta
canción, me dijo, cada vez que la escucho, me recuerda a ti. ‘Deja que
llueva...’”.
Por puro
masoquista, puse el disco y… bueno, amigos, lloré. Después de todo, nadie está
hecho de hierro forjado.
Nos pueden
calentar, gustar, fascinar muchas, muchas personas, podemos enamorarnos de unos
cuantos, pero amar, creo que se ama a unos pocos en la vida. La lista del amor
en serio es corta. Al menos en mi caso es así. Digamos que amantes he tenido
como para tirar al techo y repartir a quien le falte (la cantidad exacta jamás
será revelada aquí, no solo por pudor, sino porque francamente perdí la cuenta).
Pero amor solo lo sentí pocas veces.
En este caso en
particular, el del CD, ni siquiera llegamos a ser pareja-pareja. Lo que nos
unía era un “vínculo” (qué palabra espantosa) que trascendió años y distancias.
Cada vez que nos rencontrábamos, ese “lazo” (no es mejor que vínculo) estaba
intacto. Como quien cierra una puerta, se olvida de lo que hay guardado, y al
abrirla, todo lo que estaba dentro de ese cuarto permaneciese igual, con la
misma presencia y fuerza.
Uno se puede
preguntar: Si esto era así, ¿qué pasó? ¿Qué no funcionó? Y no fue la distancia
sino la cobardía la que se impuso. Él era un alumno mío de tango, de cuando yo
vivía en DF, mi segundo hogar, y repartía mi tiempo entre el baile y la
escritura. Yo tengo una regla de oro con los alumnos hombres: no son hombres,
son roles masculinos a los que les enseño a moverse. Pero con él fue diferente
desde que entró a mi clase con su traje gris de banquero, oliendo a perfume y
un humor que me partió en dos. Pero debo aclarar que solo me permití “tener
onda” después que decidí regresar a
vivir a Buenos Aires... Tal vez así, con el pasaje en la mano, me animé a
aceptar lo que me pasaba. Él se sintió herido, yo evidentemente había
minimizado la situación entre nosotros. Me llamaba su “querida teacher”
y me decía que le había cambiado la vida con el tango. Las razones por las que
me volví… En fin, yo estaba loca de atar en esa época, sin saber cuál era mi
lugar en el mundo, siquiera si me lo merecía.
Seguimos
mandándonos mails, pero ya como “amigos”. (De la posibilidad de la amistad
entre el hombre y la mujer, escribiré en otro momento…) Dos años después,
reapareció en Buenos Aires. Según él, venía de vacaciones. Y así lo tomé. Las
cosas no fluyeron mucho y ahí quedó la cosa. Estaba como inquieto, molesto… Años
después me dijo que había vuelvo por mí. Años después me
lo dijo.
Mi trabajo me hizo
regresar a México, y volvimos a vernos. Y al hacerlo, sentía con él como si el
tiempo no hubiera pasado, como si lo hubiera visto ayer, o la semana pasada. Él
tenía la maldita y desconcertante habilidad de entender lo que me pasaba, como
si yo fuera trasparente. Me calmaba y producía un efecto como de ablande… ¿cómo
se puede explicar en palabras eso? Imaginen y punto. Pero claro que cada uno
había seguido con su vida, él tenía pareja, o estaba saliendo con alguien. Yo
no tanto, como se puede deducir por mi blog. Aun así, estando él en pareja, me
histeriqueaba, o simplemente fallaba a decirme a tiempo que estaba con otra
persona. Fue en una de esas visitas que me regaló el CD, y recién ahí entendí
que lo que sentía él por mí había sido de verdad, y en espejo, me tuve que
hacer cargo de que lo mismo valía para mí. Pero no me había animado a
afrontarlo. Después de la última vez que lo vi, quedé tan mal por lo que pudo
ser, que decidí no hablarle más. Cortar por lo sano. Al cabo de unos meses, me
escribió un mail, sin comprender mi silencio. Le dije: Me hace mal nuestra
relación (o lo que sea que tenemos). Porque ninguno de los dos se hizo ni se
hace cargo, y actuamos como histéricos, chocando el uno contra el otro, y no
quiero más esto. Pero se puso en víctima, según él había luchado por mí,
cansado como un salmón nadando contra corriente por mí…
Esas fueron solo
palabras para mí. Nunca se me paró delante y me dijo: “Te quiero, probemos esto
acá, allá, en Alaska o donde sea, pero hagamos algo”. Y a la hora de la verdad,
poco vale pedirle a él lo que yo tampoco hice: jamás me le planté delante y le
dije te quiero.
A su mail del
salmón, le respondí: Fuimos dos cobardes, los dos. Pero, nuevamente, no aceptó
mi “lectura” de los hechos, y decidió culparme por lo que no fue.
Este año, cuando
volví a México en mayo, le escribí diciéndole que no quería verlo. Me dijo que
respetaba mi decisión, si a mí me hacía mal… Está en pareja, y tiene una casa
con perros. Y yo escucho ahora el CD y pienso si no hubiéramos sido tan
orgullosos y cobardes, y hubiéramos dicho a calzón quitado (en más de un
sentido) lo que realmente nos pasaba.
¿Qué se pierde con
decirle al otro lo que sentís? Sobre todo cuando el otro es alguien importante
para vos. Es tan esquivo el amor, es tan difícil conectar de verdad, que cuando
uno pesca que puede ser posible, hay que hacer algo. Al menos es lo que creo
ahora.
En unos meses voy a
regresar a México...